lunes, 24 de noviembre de 2014

Lisboa II (De fados, nostalgias y cocoteros)


Volver a pasear por las calles de Lisboa es hacer de la nostalgia una especie de vocación, es pintar la tristeza de frágiles y vivos colores. Y no sólo por la melancolía de los fados que suenan tras cada esquina, o por esos azulejos que parecen escamas de una piel envejecida, triste y caduca. Esta ciudad tiene el otoño metido en las venas, pese a que el calendario tratara de convencernos de que estábamos en mes de mayo. Venir aquí implica, necesariamente, pensar un poco en las colonias, en aquellos tiempos gloriosos en los que, si el día a día te agobiaba, siempre tenías la ocasión de disfrutar de Luanda, con sus casinos y sus cocoteros, comer pastelitos de hachís en Goa, o viajar a Mozambique para adquirir un mono que te hiciera feliz. Pero algún malnacido sacó a los negritos de las plantaciones, les leyó algunos textos de Lenin y provocó que dejaran de lado a la Virgen de Fátima por Carlos Marx. Aquello por supuesto acabó en desastre. Tristes aquellas almas en pena, extraviadas por la engañosa senda del marxismo-leninismo y la autodeterminación. Todo se fue al carajo. En un país en el que hasta los golpes de estado se dan a base de claveles no quedó sino la resignación, que se carga como una cruz, y ese fatídico abandono a los caprichos de un destino que a menudo es un cabrón con quién menos lo merece. Pero no todo son lágrimas. Apuramos las noches en la oscura taberna del Bairro Alto regentada por Dom Pedro, un payo que se agitanó después de lo de Angola. Después de aquella feliz mutación los parroquianos se arrancan por bulerías, mientras fuera los fados cantan contra las imposiciones de la Troika. En los rincones mas oscuros de la taberna de Dom Pedro, las fadistas, antiguas agentes de Moscú, susurran ahora maravillas sobre el doctor Oliveira Salazar. Sentados en una mesa llena de mapas, Bartolomé Días y Vasco da Gama recuerdan viejos tiempos buscando nuevas rutas hacia Calcuta. Se puede incluso asistir a una de las misas encantadoramente sacrílegas de Duarte, en las que deleita a los parroquianos con sus historias de cura borrachín y obliga a comulgar con un vino verde peleón. En la taberna de Dom Pedro el Benfica vuelve cada noche a ser campeón de Europa. Y las noches se alargan hasta el amanecer entre palmas y castañuelas. 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Adeu Tatu


Al meu estimat Tatu Pedro
Que lentes passen les hores sense la teva presència ...

Mario Benedetti escribió que “cinco minutos bastan para soñar toda una vida. Así  de relativo  es el tiempo”. Siempre recordaremos al Tatu Pedro sentado en su pequeño taller, rodeado de manecillas, péndulos, tuercas y esferas. Relojero de oficio, acostumbrado a una labor tan minuciosa, supo ver mejor que nadie que el tiempo es a la vez el más valioso y el más perecedero de nuestros recursos.

Hoy nos duele darnos cuenta que se ha parado tu reloj. Que duras resultan estas horas lentas en los que al mirar a nuestro alrededor nos faltas de repente. Que breve esta despedida para tratar de contener  palabras capaces de expresar lo mucho que te hemos querido. Lo bueno del tiempo es que podemos revolverlo a nuestro antojo, como un viejo baúl, en busca de tantos momentos que no sabríamos por donde empezar. Seguro que ahora mismo tod@s los que le conocimos somos capaces de recordar alguna vivencia, alguna anécdota que nos haga sentir la calidez que trasmitía esa persona noble y buena que fue  mi tío. Tod@s recordaremos su carácter tranquilo, esa costumbre tan trabajada de quedarse callado mientras las palabras volaban a su alrededor. Recuerdo cuando la Tata Marisa le obligaba a ponerse a dieta. El no protestaba, pero luego se encontraban galletas escondidas en el bolsillo de su bata de relojero. Siempre  habrá quien dirá que mi tío era una de esas personas que callaban por no hacer ruido. Pero en realidad fue uno de esos pocos que saben que a menudo el silencio es sabiduría. Jamás le faltaron las palabras justas para dar consejo, para expresar lo necesario. Tras aquel carácter apacible se ocultaba una persona culta e inteligente como pocas. Humilde como nadie. Nunca tuvo tiempo de tener prisa. Jamás podré evitar sonreír al recordar su despiste  al volante, que hacía desesperar a mi padre cuando tocaba dejar anclado el coche en cualquier cruce de carretera y esperar que, algún día, apareciese. Tenia una habilidad única para perderse por aquellos misteriosos atajos que solo el conocía… ¿Quien dice  que no podía  llegarse de Barcelona a Madrid  rozando levemente la provincia de Almería? Citando a Cavafis, para mi tío lo que importaba no era llegar a Ítaca, lo importante era el viaje.

Algun@s de vosotr@s ya le conoceríais en aquellos tiempos en los que estuvo dispuesto a dejarse siete años de su vida entre rejas por mantenerse firme en sus convicciones. No tuvo tiempo ni siquiera para dudarlo un instante. Yo he visto algunas fotos de aquella época, en las que sale con pelo y con guitarra, probablemente dedicándole a mi tía Marisa aquellas “paraules de amor” que nunca les faltaron. Fueron capaces de inventarse un idioma que solo ellos conocían; y en el que nunca dejaron de entenderse ¿Qué puede hacer el tiempo para borrar una historia de amor como la vuestra?

De mi infancia recordaré con alegría aquellas tardes en las que el volvía en avión desde Suiza con un montón de tabletas de chocolate escondidas al fondo de la maleta. También recordaré aquellas ocasiones en el Retiro en las que me hacía reír a carcajadas cuando trataba de imitar el grito de un pavo real. Algo más recientes son algunas noches que pasamos en el hospital a la luz de un tímido flexo, hablando del pasado y del presente, de sus recuerdos de infancia en aquella Barcelona de la que aún quedan algunos rincones, de maravillas de la ciencia y de Janis Joplin. Seguro que  cada un@  de vosotr@s lo recordara por mil momentos emotivos, que es posible que hoy nos hagan llorar, pero que en el fondo nos harán sentirnos afortunad@s por cada minuto que hemos compartido. “Nacemos para vivir. Por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo. Es tan corto nuestro paso por este planeta que sería una pésima idea no disfrutar de cada paso, de cada instante, con el favor de un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”.  

ADEU TATU
Tots els que t'estimem no tindrem mai temps d'oblidar.


viernes, 14 de noviembre de 2014

Café en vaso con leche fría (De escritos, propósitos y estimulantes)


Es conocida la adicción al café de Honore de Balzac. Pensaba que la cafeína estimulaba la creatividad. En su Tratado de los estimulantes modernos escribió que el café hacía a las ideas "ponerse rápidamente en marcha, como los batallones de un gran ejército dirigiéndose a su terreno de combate legendario". Tenía la costumbre de levantarse de la cama a la una de la madrugada y pasarse la noche escribiendo y bebiendo café. Era capaz de pasar quince horas seguidas trabajando. Esa rutina le llevó a escribir ochenta y cinco novelas en veinte años. 

Pienso en ello mientras hago una excepción al meterme un café en vena a estas alturas de la tarde, acostumbrado como estoy a evitar ciertas dosis de cafeína cuando se aproxima peligrosamente la puesta de sol. No puedo evitar recordar aquellos tiempos en los que acostumbraba a triplicar, como mínimo, la dosis actual. Después de todo, no eran tan distintos aquellos paseos por Roma que siempre terminaban ante una taza de café en el Chiostro, en San Eustachio o en cualquier taberna de mala muerte del barrio de Trastevere. Que sabor el de aquel café, casi tan eterno como la propia ciudad. Alguien me contó que cuando, allá por el siglo XVII, algunos sacerdotes recomendaron al papa Clemente VIII que prohibiera el café por considerarlo una costumbre impura de los turcos, este, después de probarlo, decidió bautizar la nueva bebida, declarando que sería una lástima dejar ese placer como patrimonio exclusivo de los infieles. 

Para mi el café, además de un placer, es parte inherente de este ritual que supone escribir. Compañero de mesa infatigable, un vaso de café ha velado casi siempre mis textos, esos ratos perdidos entre páginas y renglones, océanos de tinta que daban lugar a palabras repartidas con mayor o menor fortuna, embriones de pensamientos a menudo imprecisos, pero con raíces fuertes. Poco a poco voy recuperando esta sana costumbre, nunca del todo abandonada, pero sin duda un tanto atrofiada por la falta de iniciativa, por los efectos de cierto vacío interno, de cierto anhelo. Un silencio mal fingido, o tal vez la simple necesidad de un barbecho mental, una especie de exilio interior, que me ha ayudado a valorar desde la distancia la necesidad de dictarme apuntes. No me faltan sueños, lecturas ni horizontes. Mi corazón no pasa hambre. No se agotó aún la tinta con la que, poco a poco, sigo pasando estas páginas. Tal vez se trate del mono por la cafeína, pero me inclino mas a pensar, simplemente, en la necesidad de remover mis pensamientos al mismo ritmo que la cucharilla en el interior del vaso. Y aquí estoy. Vuelvo a la primera línea de batalla, a la extraña calidez de esta trinchera. Habrá sin duda horizontes con los que alimentar este cuaderno de bitácora que tiene ganas de volver a navegar tras un largo período en el dique seco. Habrá ideas que exprimir, lecturas que me den aliento, bares en los que guarecerse de la tormenta, encuentros y desencuentros, recuerdos, expectativas, bálsamos y heridas. Y probablemente un vaso de café que llevarme a la boca. Me prometo a mi mismo volver a mirarme en este espejo. Tratar de no faltar a la cita. El otoño ha hecho su parte. Volvemos a levar anclas...