miércoles, 15 de junio de 2011

Soliloquio del maniquí (De cuerpos, trajes y rebajas)

Vivo encerrado en la calidez de mi burbuja. Sostengo la mirada al frente, viendo la vida pasar al otro lado del cristal, escuchando esos ruídos de fondo que llenan la ciudad. Aprendí a ensayar la pose, a cubrir mi desnudez tras la espesura de mis trajes, a sentir que soy fachada, a mirarte de reojo cuando pasas ante mi sin detenerte para regalarme una sonrisa. Aunque decir "sentir" es hablar por hablar, poco mas que una simple licencia poética. Porque yo no siento, ni opino, ni padezco. Soy, lo que se dice, un esclavo de la moda. No soy mas que lo que ves. Nunca me dieron voz ni sentimientos. Estas piernas no fueron hechas para caminar, estos brazos no son capaces de abrazar, estas manos nunca sujetarán un bolígrafo, una flor ni una pistola. No fueron hechas para apretar otras manos, ni para sembrar, ni siquiera para limpiar la pared de mi burbuja. Nunca sabrán acariciar el mapa de otra piel desnuda, ni expresar con sus caricias todo aquello para lo que a veces no bastan las palabras. Mi mundo se reduce a lo que puedo abarcar tras el marco de mi escaparate. Se que mis ojos transmiten ausencia, que no fueron hechos para brillar, para ser espejo, para sostener el calor de otra mirada. Pero me alcanzan para mirar el pequeño horizonte de mi acera, sin preocuparme de que exista algo mas allá. En cierta forma, me creo feliz con mi pequeña parcela de poder. Porque me imagino el mundo como un gran escaparate, en el que unos cuantos dictan las las leyes, modelan las conciencias, señalan el camino y marcan los renglones, los límites, ya sabeis, todos esos parámetros de la moda. Y el planeta gira y gira, arrodillándose, sometiéndose, ajustándose a las pautas, siguiendo la senda de lo establecido. Es la dictadura de las apariencias, la oligarquía del vacío. Veo desde aquí como hombres y mujeres viven de rebajas, como se impone la idea de que todo, y de que tod@s nos guiamos por la ley de la oferta y la demanda. Porque todo tiene un precio, al igual que estos retales que exhibo, que sirven para cubrir mi piel de plástico. Es verdad que hay veces que envidio esa fragilidad que define al ser humano. A mi tambien me gustaría saber lo que es llorar, lo que es sangrar, lo que es reír, dejarme seducir por el estribillo de una canción, embriagarme con el aroma de la primavera, tener esperanza, echar de menos... Quisiera saber lo que es soñar. Quisiera ser como esos niños que miran al mundo con unos ojos llenos de inocencia o que patean una pelota. Quisiera sentir lo mismo que esos ancianos que caminan sin prisas, con esos rasgos arrugados que hablan de una vida a cuestas, con esos trajes de otros tiempos, remendados quizás docenas de veces, siempre con una historia detrás de cada puntada. Quisiera ser como esa pareja que se besa bajo la tormenta algunas madrugadas, bajo la tímida luz de una farola. Quisiera saber que se siente en esa entrega, con la lluvia empapando el traje y la piel, pero con la sensación de que todo se resume en ese instante, de que no existe mundo mas allá de esos cuerpos anudados, de ese beso atemporal. ¿Que extraña fuerza debe inundar el alma cuando pronuncia la palabra "nosotros"? A veces pienso, sin embargo, que no somos tan distintos. Y entonces me gustaría golpear con fuerza los cristales de mi escaparate, y dejarme la garganta gritando ¡Haced que la vida merezca ese nombre!¡Sentid vosotros que podeis!¡Que estallen vuestros corazones en latidos! Porque cuando veo pasar el último autobús. cargado de rostros ausentes que regresan del trabajo, hay veces que sólo veo tristes maniquíes que lloran cuando apagan la luz desde el colchón, justo antes de dormir.