sábado, 21 de febrero de 2009

Arrabales de Febrero

La música de fondo en mi último sueño no era más que el rugido del despertador. Subo el telón, abro la ventana, comienza la función. Tras el cristal, Girona trata de seducirme con sus paseos arbolados, con sus faroles apagados, sus puestos de verduras, el olor a lluvia y a mercado. Esta mañana soleada lleva pintada una primavera algo visceral, algo prematura. Yo improviso unos versos y un par de tazas de café, mientras vigilo de cerca el tráfico sobre el asfalto, y un atardecer que se intuye algo despeinado. Sobre la mesa un pequeño universo, también improvisado, con mis papeles revueltos, con relámpagos en vena, resguardos de quiniela, un billete de ida hacia la costa, bolígrafos que sangran sobre páginas abiertas, gigantes y molinos de viento. Hoy cada minuto se desliza con cuentagotas. Pienso en las flores que tengo pendiente plantar sobre tu regazo. Pendientes, quizás, por miedo a que se marchiten al roce del invierno. Pienso en la delgada y tibia franja de horizonte que imagino bajo tus párpados dormidos. Desde mi ventana sólo veo la trastienda de esos sueños, un universo de antenas y de cables, los arrabales de febrero. Repaso mi perplejidad asomado a la segunda taza de café. Acaricio con algún reparo las páginas de un libro de Juan Rulfo. Me resiento un poco al pensar en mis intransigencias, en mis inviernos íntimos y en esas nubes que no quiero que me quiten. Me pregunto si tal vez me he acostumbrado a vivir en la línea del frente, si alguna vez seré capaz de respirar lejos del barro de la trinchera. Intuyo que pensar requiere a menudo cierta dosis de cinismo o una pizca de autocomprensión. Mañana romperé la rutina con mi billete de ida hacia la costa, con un poco de mar pintando el horizonte, y una cita pendiente con las páginas de mi inventario personal. Y ya de paso, me traeré algunos colores para pintarle la cara al mes de febrero.